Bolsa N.Y
Paz en una nación armada
Michael Moore
Amigos:
Luego de presenciar la deschavetada y mentirosa conferencia de prensa
de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), el
viernes pasado, me quedó claro que la profecía maya se ha cumplido.
Excepto que el único mundo que ha terminado es el de la NRA. El poder
fanfarrón que le ha permitido dictar la política sobre armas de este
país se ha acabado. A la nación le repugna la masacre en Connecticut, y
los signos están en todas partes: un entrenador de basquetbol en una
conferencia de prensa después de un partido; el republicano Joe
Scarborough; el dueño de una casa de empeños en Florida; un programa de
recompra de armas en Nueva Jersey; y el juez conservador y dueño de
armas que condenó a Jared Loughner.
Aquí está, pues, mi brindis decembrino para ustedes:
Estas masacres con armas de fuego no terminarán pronto.
Siento decir esto, pero muy en el fondo todos sabemos que es cierto. No
significa que no debamos seguir presionando: después de todo, el
impulso está de nuestra parte. Sé que a todos nosotros, yo incluido,
nos gustaría que el presidente y el Congreso promulgaran leyes más
estrictas sobre armas. Necesitamos que se prohíban las armas
automáticas y semiautomáticas y los magacines que contienen más de
siete balas. Necesitamos mejores revisiones de antecedentes y más
servicios de salud mental. Necesitamos regular las municiones también.
Pero, amigos, me gustaría proponer que si bien todo lo anterior
reducirá las muertes por armas de fuego (pregúntenle al alcalde
Bloomberg: es prácticamente imposible comprar una arma en Nueva York y
el resultado es que el número de homicidios por año se ha reducido de 2
mil 200 a menos de 400), en realidad no pondrá fin a estos asesinatos
en masa ni atacará el problema esencial que tenemos. Connecticut tenía
una de las leyes más severas sobre armas en el país, y no sirvió de
nada para prevenir la matanza de 20 niños el 14 de diciembre.
De hecho, seamos claros sobre Newtown: el asesino no tenía antecedentes
penales, así que jamás habría aparecido en una revisión en archivos
policiales. Todas las armas que empleó fueron adquiridas legalmente;
ninguna encajaba en la definición legal de arma de "asalto". El asesino
parecía tener problemas mentales y su madre lo hizo buscar ayuda, pero
fue inútil. En cuanto a medidas de seguridad, la escuela Sandy Hook fue
cerrada con candados antes de que el homicida se presentara esa mañana.
Se habían realizado simulacros precisamente contra ese tipo de eventos.
De mucho que sirvió.
Y he aquí el hecho sucio que ninguno de nosotros los liberales quiere
discutir: el asesino sólo se detuvo cuando vio que los policías
llegaban en tropel a la escuela, es decir, hombres armados. Cuando vio
llegar las armas, detuvo el baño de sangre y se mató. Las armas de los
policías impidieron que ocurrieran otras 20, 40 o 100 muertes. A veces
las armas funcionan. (Sin embargo, hubo un alguacil armado en la
escuela preparatoria de Columbine el día de la matanza y no pudo o no
quiso detenerla.)
Lamento ofrecer esta verificación de realidades en nuestra muy
necesaria marcha hacia un montón de cambios bienintencionados y
necesarios –pero a la larga, cosméticos en su mayoría– en nuestras
leyes sobre armas. Los hechos tristes son estos: otros países donde
abundan las armas (como Canadá, donde hay 7 millones de armas en sus 12
millones de hogares, la mayoría de caza) tienen una tasa de homicidios
más baja. Los chicos de Japón ven las mismas películas violentas, y los
de Australia practican los mismos juegos violentos de video (El Gran
Robo de Autos fue creado por una firma británica; el Reino Unido tuvo
58 asesinatos por arma de fuego en una nación de 63 millones de
habitantes). Esta es la pregunta que deberíamos explorar en lo que
prohibimos y restringimos las armas: ¿quiénes somos?
Trataré de contestar esta pregunta.
Somos un país cuyos líderes oficialmente aprueban y cometen actos de
violencia como medio para lograr un fin a menudo inmoral. Invadimos
países que no nos atacaron. Ahora usamos drones en media docena de
países, y con frecuencia matan civiles.
Puede que esto no sea sorpresa para nosotros, siendo una nación fundada
en el genocidio y construida sobre las espaldas de esclavos. Nos
causamos 600 mil muertes en una guerra civil. "Conquistamos el Salvaje
Oeste con una revólver de seis tiros" y violamos, golpeamos y matamos a
nuestras mujeres sin piedad y a un ritmo asombroso: cada tres horas se
comete el asesinato de una mujer en Estados Unidos (la mitad de las
veces por su pareja actual o su ex); cada tres minutos hay una
violación, y cada 15 minutos alguna mujer recibe una golpiza.
Pertenecemos a un grupo ilustre de naciones que aún aplican la pena de
muerte (Corea del Norte, Arabia Saudita, China, Irán). No nos causa
mayor conflicto que decenas de miles de nuestros ciudadanos perezcan
cada año porque carecen de seguridad social y por tanto no ven a un
médico hasta que es demasiado tarde.
¿Por qué hacemos esto? Una teoría es que es simplemente "porque
podemos". Existe un nivel de arrogancia en el espíritu estadunidense,
amistoso por lo demás, que nos persuade de creer que poseemos algo
excepcional que nos separa de todos esos "otros" países (sí tenemos
muchas cosas buenas; lo mismo puede decirse de Bélgica, Nueva Zelanda,
Francia, Alemania, etcétera). Creemos ser número uno en todo, cuando la
verdad es que nuestros estudiantes están en el lugar 17 en ciencias y
el 25 en matemáticas, y ocupamos el lugar 35 en expectativa de vida.
Creemos tener la democracia más grandiosa, pero nuestra participación
en urnas es la menor de cualquier democracia occidental.
Somos lo más grande y lo mejor en todo, y exigimos y tomamos lo que
queremos. Y a veces tenemos que ser unos violentos hijos de puta para
obtenerlo. Pero si uno de nosotros no capta el mensaje y muestra la
naturaleza sicótica y los brutales resultados de la violencia en
Newtown, en Aurora o en el Tec de Virginia, entonces todos nos ponemos
"tristes", "nuestros corazones están con los familiares" y los
presidentes prometen adoptar "medidas significativas". Bueno, tal vez
en esta ocasión este presidente lo diga en serio. Será mejor que así
sea. Una enfurecida multitud de millones no va a dejar caer el tema.
Mientras discutimos y demandamos lo que se debe hacer, me permito pedir
que nos detengamos a echar una ojeada a los que creo que son los tres
factores extenuantes que podrían responder a la pregunta de por qué los
estadunidenses tenemos más violencia que casi nadie más:
1. Pobreza. Si hay algo que nos separa del resto del mundo
desarrollado, es esto: 50 millones de nuestros compatriotas viven en
pobreza. Uno de cada cinco estadunidenses tiene hambre en algún momento
del año. La mayoría de quienes no son pobres viven al día. No hay duda
de que esto crea más crimen. Los empleos en la clase media previenen el
crimen y la violencia. (Si no lo creen, háganse esta pregunta: si su
vecino tiene empleo y gana 50 mil dólares al año, ¿qué probabilidades
hay de que se meta en su casa, les meta un tiro en la cabeza y se lleve
el televisor? Ninguna.)
2. Miedo/racismo. Somos un país terriblemente miedoso, si se considera
que, a diferencia de la mayoría de las otras naciones, jamás hemos sido
invadidos. (No, 1812 no fue una invasión: nosotros la empezamos.) ¿Para
qué diablos necesitamos 300 millones de armas en nuestros hogares?
Entiendo que los rusos estén un poco amoscados (más de 20 millones de
ellos murieron en la Segunda Guerra Mundial). Pero, ¿cuál es nuestro
pretexto? ¿Nos preocupa que los indios del casino nos hagan la guerra?
¿Que los canadienses parezcan estar amasando demasiadas tiendas de
donas Tim Horton a ambos lados de la frontera?
No. Es porque muchas personas blancas tienen miedo de las personas
negras. La gran mayoría de las armas en Estados Unidos se venden a
personas blancas que viven en suburbios o en el campo. Cuando
fantaseamos con ser asaltados o con que nuestra casa sea invadida, ¿qué
imagen nos formamos del perpetrador en nuestra mente? ¿Es el chico
pecoso que vive en nuestra calle, o alguien que es, si no negro, al
menos pobre?
Creo que valdría la pena: a) esforzarnos por erradicar la pobreza y
recrear la clase media que teníamos, y b) dejar de promover la imagen
del hombre negro como el coco que va a hacernos daño. Cálmense,
personas blancas, y desháganse de sus armas.
3. La sociedad del "yo". Creo que la norma del "cada quien para su
santo" de este país es lo que nos ha puesto en el hoyo en que nos
encontramos, y ha sido nuestra perdición. ¡Ráscate con tus uñas! ¡No
eres mi problema! ¡Esto es mío!
Sin duda, ya no cuidamos de nuestros hermanos y hermanas. ¿Está usted
enfermo y no puede costear la operación? No es mi problema. ¿El banco
le embargó su casa? No es mi problema. ¿No tiene dinero para ir a la
universidad? No es mi problema.
Y sin embargo, tarde o temprano se convierte en nuestro problema, ¿o
no? Si quitamos demasiadas redes de seguridad, todos comenzamos a
sentir el impacto. ¿Quieren vivir en una sociedad así, en la cual sí
tendrán una razón legítima para sentir miedo? Yo no.
No digo que en otros lados sea perfecto, pero en mis viajes he notado
que otros países civilizados ven un beneficio nacional en cuidar unos
de otros. Cuidado médico gratuito, universidades gratuitas o de bajo
costo, atención a la salud mental. Y me pregunto, ¿por qué no podemos
hacer esto? Creo que es porque en muchos otros países las personas no
se ven como separadas o solas, sino juntas en la senda de la vida, en
la que cada una existe como parte integrante de un todo. Y uno ayuda a
otros cuando tienen necesidad, no los castiga porque han tenido una
desgracia o una mala racha. Tengo que creer que una de las razones por
las que los asesinatos con armas de fuego son tan raros en otros países
es porque hay menos mentalidad de lobo solitario entre sus ciudadanos.
La mayoría son educados con un sentido de conexión, si no de abierta
solidaridad. Y eso hace más difícil matarse unos a otros.
Bueno, pues he ahí algo en qué pensar mientras disfrutamos de las
festividades. No se olviden de darle mis saludos a su cuñado
conservador. Hasta él les dirá que si no pueden acertarle a un ciervo
en tres disparos –y afirman necesitar un cargador de 30 tiros– es que
no son cazadores, y no tienen nada que hacer con una arma en la mano.
¡Disfruten las fiestas!
Su amigo,
Michael Moore
Traducción: Jorge Anaya
Michael Moore
Amigos:
Luego de presenciar la deschavetada y mentirosa conferencia de prensa
de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), el
viernes pasado, me quedó claro que la profecía maya se ha cumplido.
Excepto que el único mundo que ha terminado es el de la NRA. El poder
fanfarrón que le ha permitido dictar la política sobre armas de este
país se ha acabado. A la nación le repugna la masacre en Connecticut, y
los signos están en todas partes: un entrenador de basquetbol en una
conferencia de prensa después de un partido; el republicano Joe
Scarborough; el dueño de una casa de empeños en Florida; un programa de
recompra de armas en Nueva Jersey; y el juez conservador y dueño de
armas que condenó a Jared Loughner.
Aquí está, pues, mi brindis decembrino para ustedes:
Estas masacres con armas de fuego no terminarán pronto.
Siento decir esto, pero muy en el fondo todos sabemos que es cierto. No
significa que no debamos seguir presionando: después de todo, el
impulso está de nuestra parte. Sé que a todos nosotros, yo incluido,
nos gustaría que el presidente y el Congreso promulgaran leyes más
estrictas sobre armas. Necesitamos que se prohíban las armas
automáticas y semiautomáticas y los magacines que contienen más de
siete balas. Necesitamos mejores revisiones de antecedentes y más
servicios de salud mental. Necesitamos regular las municiones también.
Pero, amigos, me gustaría proponer que si bien todo lo anterior
reducirá las muertes por armas de fuego (pregúntenle al alcalde
Bloomberg: es prácticamente imposible comprar una arma en Nueva York y
el resultado es que el número de homicidios por año se ha reducido de 2
mil 200 a menos de 400), en realidad no pondrá fin a estos asesinatos
en masa ni atacará el problema esencial que tenemos. Connecticut tenía
una de las leyes más severas sobre armas en el país, y no sirvió de
nada para prevenir la matanza de 20 niños el 14 de diciembre.
De hecho, seamos claros sobre Newtown: el asesino no tenía antecedentes
penales, así que jamás habría aparecido en una revisión en archivos
policiales. Todas las armas que empleó fueron adquiridas legalmente;
ninguna encajaba en la definición legal de arma de "asalto". El asesino
parecía tener problemas mentales y su madre lo hizo buscar ayuda, pero
fue inútil. En cuanto a medidas de seguridad, la escuela Sandy Hook fue
cerrada con candados antes de que el homicida se presentara esa mañana.
Se habían realizado simulacros precisamente contra ese tipo de eventos.
De mucho que sirvió.
Y he aquí el hecho sucio que ninguno de nosotros los liberales quiere
discutir: el asesino sólo se detuvo cuando vio que los policías
llegaban en tropel a la escuela, es decir, hombres armados. Cuando vio
llegar las armas, detuvo el baño de sangre y se mató. Las armas de los
policías impidieron que ocurrieran otras 20, 40 o 100 muertes. A veces
las armas funcionan. (Sin embargo, hubo un alguacil armado en la
escuela preparatoria de Columbine el día de la matanza y no pudo o no
quiso detenerla.)
Lamento ofrecer esta verificación de realidades en nuestra muy
necesaria marcha hacia un montón de cambios bienintencionados y
necesarios –pero a la larga, cosméticos en su mayoría– en nuestras
leyes sobre armas. Los hechos tristes son estos: otros países donde
abundan las armas (como Canadá, donde hay 7 millones de armas en sus 12
millones de hogares, la mayoría de caza) tienen una tasa de homicidios
más baja. Los chicos de Japón ven las mismas películas violentas, y los
de Australia practican los mismos juegos violentos de video (El Gran
Robo de Autos fue creado por una firma británica; el Reino Unido tuvo
58 asesinatos por arma de fuego en una nación de 63 millones de
habitantes). Esta es la pregunta que deberíamos explorar en lo que
prohibimos y restringimos las armas: ¿quiénes somos?
Trataré de contestar esta pregunta.
Somos un país cuyos líderes oficialmente aprueban y cometen actos de
violencia como medio para lograr un fin a menudo inmoral. Invadimos
países que no nos atacaron. Ahora usamos drones en media docena de
países, y con frecuencia matan civiles.
Puede que esto no sea sorpresa para nosotros, siendo una nación fundada
en el genocidio y construida sobre las espaldas de esclavos. Nos
causamos 600 mil muertes en una guerra civil. "Conquistamos el Salvaje
Oeste con una revólver de seis tiros" y violamos, golpeamos y matamos a
nuestras mujeres sin piedad y a un ritmo asombroso: cada tres horas se
comete el asesinato de una mujer en Estados Unidos (la mitad de las
veces por su pareja actual o su ex); cada tres minutos hay una
violación, y cada 15 minutos alguna mujer recibe una golpiza.
Pertenecemos a un grupo ilustre de naciones que aún aplican la pena de
muerte (Corea del Norte, Arabia Saudita, China, Irán). No nos causa
mayor conflicto que decenas de miles de nuestros ciudadanos perezcan
cada año porque carecen de seguridad social y por tanto no ven a un
médico hasta que es demasiado tarde.
¿Por qué hacemos esto? Una teoría es que es simplemente "porque
podemos". Existe un nivel de arrogancia en el espíritu estadunidense,
amistoso por lo demás, que nos persuade de creer que poseemos algo
excepcional que nos separa de todos esos "otros" países (sí tenemos
muchas cosas buenas; lo mismo puede decirse de Bélgica, Nueva Zelanda,
Francia, Alemania, etcétera). Creemos ser número uno en todo, cuando la
verdad es que nuestros estudiantes están en el lugar 17 en ciencias y
el 25 en matemáticas, y ocupamos el lugar 35 en expectativa de vida.
Creemos tener la democracia más grandiosa, pero nuestra participación
en urnas es la menor de cualquier democracia occidental.
Somos lo más grande y lo mejor en todo, y exigimos y tomamos lo que
queremos. Y a veces tenemos que ser unos violentos hijos de puta para
obtenerlo. Pero si uno de nosotros no capta el mensaje y muestra la
naturaleza sicótica y los brutales resultados de la violencia en
Newtown, en Aurora o en el Tec de Virginia, entonces todos nos ponemos
"tristes", "nuestros corazones están con los familiares" y los
presidentes prometen adoptar "medidas significativas". Bueno, tal vez
en esta ocasión este presidente lo diga en serio. Será mejor que así
sea. Una enfurecida multitud de millones no va a dejar caer el tema.
Mientras discutimos y demandamos lo que se debe hacer, me permito pedir
que nos detengamos a echar una ojeada a los que creo que son los tres
factores extenuantes que podrían responder a la pregunta de por qué los
estadunidenses tenemos más violencia que casi nadie más:
1. Pobreza. Si hay algo que nos separa del resto del mundo
desarrollado, es esto: 50 millones de nuestros compatriotas viven en
pobreza. Uno de cada cinco estadunidenses tiene hambre en algún momento
del año. La mayoría de quienes no son pobres viven al día. No hay duda
de que esto crea más crimen. Los empleos en la clase media previenen el
crimen y la violencia. (Si no lo creen, háganse esta pregunta: si su
vecino tiene empleo y gana 50 mil dólares al año, ¿qué probabilidades
hay de que se meta en su casa, les meta un tiro en la cabeza y se lleve
el televisor? Ninguna.)
2. Miedo/racismo. Somos un país terriblemente miedoso, si se considera
que, a diferencia de la mayoría de las otras naciones, jamás hemos sido
invadidos. (No, 1812 no fue una invasión: nosotros la empezamos.) ¿Para
qué diablos necesitamos 300 millones de armas en nuestros hogares?
Entiendo que los rusos estén un poco amoscados (más de 20 millones de
ellos murieron en la Segunda Guerra Mundial). Pero, ¿cuál es nuestro
pretexto? ¿Nos preocupa que los indios del casino nos hagan la guerra?
¿Que los canadienses parezcan estar amasando demasiadas tiendas de
donas Tim Horton a ambos lados de la frontera?
No. Es porque muchas personas blancas tienen miedo de las personas
negras. La gran mayoría de las armas en Estados Unidos se venden a
personas blancas que viven en suburbios o en el campo. Cuando
fantaseamos con ser asaltados o con que nuestra casa sea invadida, ¿qué
imagen nos formamos del perpetrador en nuestra mente? ¿Es el chico
pecoso que vive en nuestra calle, o alguien que es, si no negro, al
menos pobre?
Creo que valdría la pena: a) esforzarnos por erradicar la pobreza y
recrear la clase media que teníamos, y b) dejar de promover la imagen
del hombre negro como el coco que va a hacernos daño. Cálmense,
personas blancas, y desháganse de sus armas.
3. La sociedad del "yo". Creo que la norma del "cada quien para su
santo" de este país es lo que nos ha puesto en el hoyo en que nos
encontramos, y ha sido nuestra perdición. ¡Ráscate con tus uñas! ¡No
eres mi problema! ¡Esto es mío!
Sin duda, ya no cuidamos de nuestros hermanos y hermanas. ¿Está usted
enfermo y no puede costear la operación? No es mi problema. ¿El banco
le embargó su casa? No es mi problema. ¿No tiene dinero para ir a la
universidad? No es mi problema.
Y sin embargo, tarde o temprano se convierte en nuestro problema, ¿o
no? Si quitamos demasiadas redes de seguridad, todos comenzamos a
sentir el impacto. ¿Quieren vivir en una sociedad así, en la cual sí
tendrán una razón legítima para sentir miedo? Yo no.
No digo que en otros lados sea perfecto, pero en mis viajes he notado
que otros países civilizados ven un beneficio nacional en cuidar unos
de otros. Cuidado médico gratuito, universidades gratuitas o de bajo
costo, atención a la salud mental. Y me pregunto, ¿por qué no podemos
hacer esto? Creo que es porque en muchos otros países las personas no
se ven como separadas o solas, sino juntas en la senda de la vida, en
la que cada una existe como parte integrante de un todo. Y uno ayuda a
otros cuando tienen necesidad, no los castiga porque han tenido una
desgracia o una mala racha. Tengo que creer que una de las razones por
las que los asesinatos con armas de fuego son tan raros en otros países
es porque hay menos mentalidad de lobo solitario entre sus ciudadanos.
La mayoría son educados con un sentido de conexión, si no de abierta
solidaridad. Y eso hace más difícil matarse unos a otros.
Bueno, pues he ahí algo en qué pensar mientras disfrutamos de las
festividades. No se olviden de darle mis saludos a su cuñado
conservador. Hasta él les dirá que si no pueden acertarle a un ciervo
en tres disparos –y afirman necesitar un cargador de 30 tiros– es que
no son cazadores, y no tienen nada que hacer con una arma en la mano.
¡Disfruten las fiestas!
Su amigo,
Michael Moore
Traducción: Jorge Anaya
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