PALABRAS DEL MINISTRO DE DEFENSA NACIONAL URUGUAYO, ELEUTERIO FERNÁNDEZ HUIDOBRO EN ACTO DE APERTURA DE LA X CMDA
Señores Ministros de Defensa, señores integrantes
de las comisiones de Defensa del Parlamento, señor Jefe del Estado Mayor
de la Defensa, señores Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas,
señor Secretario General de la Organización de Estados Americanos, señor
Presidente de la Junta Interamericana de Defensa, señores Jefes de
Delegación, señores Delegados, señores Observadores e invitados
especiales.
Tengo el inmenso honor de agradecer el enorme honor que ustedes le han
conferido a mi país y a quien habla al designarlo sede de esta
importantísima reunión. Trataré de hacerlo en la medida de mis
posibilidades, habida cuenta que no estoy acostumbrado a hacer uso de la
palabra en eventos de esta magnitud y que también ya estamos con pocos
dientes en la boca, y al decir del filósofo ‘cuando ya no se los tiene
todos, no hay casi derecho a tener razón’.
Anoche sacábamos la cuenta con alguna delegación y comprobamos que la
Junta Interamericana de Defensa tiene 70 años, lo mismo que tengo yo.
Está vieja y estoy viejo. Y nació en un año donde en el mundo pasaban
cosas muy feas, tremendamente feas. ¿Y qué ven o qué han venido viendo
con sorpresa y asombro nuestros ya viejos ojos a lo largo de estos
últimos 60 años? Dos cosas inimaginables allá por los inicios de la
década de los 60. Dos cosas inimaginables e imponentes. La primera, que
el planeta tiene límites materiales infranqueables, porque si los
queremos traspasar vamos a destruirlo y hacerlo inhabitable para
nosotros y para las demás formas de vida.
Hace ya mucho, un viejo anarquista refugiado en Uruguay luego de la
guerra civil en España, me dijo muy pero muy apesadumbrado que como el
planeta tenía límites y lo acababa de descubrir, entonces, por lo tanto
la humanidad tendrá que administrar recursos escasos y, por ende, -son
palabras que pronunció él- tanto el Estado como la economía política,
esas dos ‘plagas’ seguirán siendo necesarias. Y así fue. Así era y así
es. La Economía solo existe como ciencia para la escasez. En ella caen,
como en una bolsa, los bienes escasos. A aquel venerable maestro de mi
juventud se le había derrumbado un mundo y apagado una luz que alumbró
el sueño de generaciones. Cuando los bienes fueran abundantes, cosa que
íbamos a lograr apenas hiciéramos la revolución, viviríamos en el mundo
fraternal de la abundancia con lo que la economía, ni tampoco el Estado,
iban a tener el más mínimo sentido ni razón de existencia. Pasarían al
museo de la historia.
Sin embargo, la segunda cosa imponente, increíble, que pudimos ver y
estamos viendo a lo largo de estos 60 años es que la ciencia y la
tecnología, el saber humano pueden hoy, si así lo queremos y por primera
vez en la Historia (con mayúscula), pueden hoy resolver las necesidades
materiales básicas de todos los seres humanos liberándonos además, y
por si fuera poco, de los trabajos pesados o desagradables como lavar
los platos, por ejemplo. Ese sueño emigró desde el universo de las
utopías y hoy vive presente, incontrastable, en esta promisoria
realidad, aunque cuidado, mucho cuidado: esas potentes capacidades,
sorprendentes, imponentes, pueden también –si así lo queremos- destruir
casi todo vestigio de vida en el planeta.
La generación a la que pertenezco nació y creció con la amenaza nuclear
en el cielo y aún vivimos bajo esa coyunda atroz y bajo otras coyundas
tan letales y espantosas como esa. Einstein dijo que la cuarta guerra
mundial será con piedras y con garrotes. Afirmó, también, dudar de que
el universo fuera infinito, pero que también estaba seguro que la
estupidez humana sí lo era. Y también dijo que era más fácil desintegrar
un átomo que una mala idea. Dicen que Sarmiento al huir de Argentina,
grabó en una piedra chilena de los Andes ‘bárbaros, las ideas no se
degüellan’. El filósofo uruguayo Vaz Ferreira agregó unos años después
‘pero las malas tampoco’.
Encima, y por si fuera poco, tenemos dos problemas, o por lo menos yo
los tengo, con las matemáticas. Uno, lo tengo con el crecimiento
exponencial. Ya lo han dicho varios economistas: crecer exponencialmente
en un mundo finito o en un sistema cerrado, en términos de la dinámica,
es algo que solo puede proponer un loco o un economista. Y como todos
los países queremos crecer al mayor ritmo posible, sospecho que vamos a
hacer un descalabro si efectivamente lo logramos. Porque si Uruguay
crece al 5% sobre un crecimiento del 5%, y así sucesivamente, tal vez no
moleste mucho. Pero si lo hacen Brasil, Estados Unidos, China, India,
Europa, Rusia, por citar solo seis casos, la calculadora se rompe y el
planeta también.
Según demostró García Márquez –y la delegación colombiana aquí presente
no me va a dejar mentir- en Macondo fue necesario, en cierto momento,
ponerle un cartel a cada cosa. A la vaca, colgarle un cartel que dijera
bien claro “vaca”. Y así con todas las demás cosas, incluido el hielo y
los imanes que al decir de Buendía eran dos de los más grandes inventos
de la humanidad. Gran sabiduría la colombiana, porque hoy vivimos todos
en Macondo, mucho más de lo que sospechamos. Al crecimiento y al
desarrollo hay que ponerle carteles explicativos ya que hoy llamamos
crecimiento a un desastre anunciado y a lo que llamamos desarrollo es a
un mito desde que es imposible que todos los habitantes del planeta
tengan los niveles de consumismo y despilfarro que se nos proponen como
modelo.
Si todos los países del mundo crecieran de ese modo y en ese sentido, el
planeta colapsaría irremediablemente. No hay para todos. Este modelo
excluye forzosamente. Es para algunos. Matemáticamente es así. Hasta el
PBI o Producto Bruto Interno, como vara de medida, es un fraude
altamente contaminado. Mide cosas contradictorias, por lo que no mide
nada. En especial, no mide la felicidad humana, nada menos. Tampoco mide
el daño ambiental. Es como el serrucho que corta la rama en la que
estamos sentados, serruchando con entusiasmo. El otro problema que
tenemos con las matemáticas radica en la fórmula del interés compuesto.
Esa alucinante arma de destrucción masiva, también de crecimiento
exponencial que esgrimen los bancos y basamenta el destartalado sistema
monetario y financiero mundial actual.
En estos últimos años hemos sufrido la acción de organizaciones
delictivas trasnacionales peores que las del tráfico de drogas, armas,
terrorismo, personas, órganos, desechos tóxicos, aunque esta
organización delictiva a la que me estoy refiriendo disfruta y trafica
también con todos esos crímenes, especialmente mediante el tráfico de
dinero y el lavado de dinero. Nos referimos a una buena parte del
sistema financiero que mediante rapiñas, robos y estafas, ha hecho
estragos hasta en los países más ricos del mundo y especialmente en sus
poblaciones. Están increíblemente libres. Deambulan sueltos. Y no son
hemisféricos, son esféricos, ruedan. No podemos omitir a esta banda
trasnacional altísimamente peligrosa de nuestra lista de amenazas y de
riesgos primordiales. Para ella, para la fórmula del interés compuesto
y, por ellos, por los bancos hemos creado la civilización del
consumismo, el despilfarro y las enormes montañas de basura invasora que
le son concomitante. Hay islas de basura flotando en el Pacífico.
Visibles desde el espacio. Qué pésima idea se harán de nosotros los
extraterrestres. Ni siquiera creo que nos vayan a invadir. ¿Para qué?
Hemos construido un diabólico círculo perverso. Gandhi dijo “vive de
manera simple para que los demás simplemente puedan vivir”. Los
desastres naturales que nos ocupan en esta conferencia tienen poco de
naturales y mucho de irresponsabilidad y criminalidad humana,
especialmente bancaria, de malos bancos –o mejor dicho, como se dice
ahora- de bancos malos. En consecuencia, galopan sobre nuestra realidad
-como escapados del Apocalipsis- cuatro terribles jinetes: la crisis
poblacional, la crisis del agua potable de buena calidad, la de la
energía y también la de los alimentos. Como telón de fondo y por si
fuera poco, la crisis medioambiental y su abigarrado cortejo de brujitas
y demonios.
Ya no hay como categorías eficientes para el análisis social ni
político, ya no hay ni primero, ni segundo, ni tercer mundo. Ya no hay.
Tampoco hay sur versus norte, porque ahora hay también nortes en el Sur y
sures en el Norte. Ahora estamos, por ejemplo, acá, hoy, en esta ciudad
lujosa del sur de Francia. Pero a pocos metros de acá y, ni que hablar,
a pocos kilómetros, siempre dentro de Uruguay, podemos ir pasando por
entre poblaciones subsaharianas, entrar al Congo y hasta podemos llegar a
Uruguay, sin salir de Uruguay. El mismo breve viaje lo pueden hacer
todos ustedes por cada uno de sus países y cada una de sus ciudades. Es
por eso que alguien, refiriéndose a una de las últimas guerras –y esto
va dicho con todo respeto- dijo que sin embargo, Estados Unidos no había
podido todavía entrar al Bronx. Y podemos también, en pocas cuadras de
distancia, acá en mi país, viajar por el tiempo y retroceder hasta el
Neolítico. Ver gente puliendo piedra, podemos ver tolderías indígenas y
observar también los comportamientos de la tribu y los comportamientos
de la horda como forma de organización humana nada desconocidas, por
cierto, porque a esta altura, nada o muy poco hay para inventar en esta
materia.
Hemos construido dos mundos. El mundo A y el mundo B. Y en el mundo B,
una sub-humanidad que incluso tiene a consecuencia de la desnutrición
problemas graves de aprendizaje. Quiera dios, queridos ministros de
Defensa, quiera dios que no se vuelva jamás a plantear la discusión
acerca de que si ellas y ellos tienen alma o no la tienen. Si son gente o
no lo son. Para esa población hoy es mucho más importante saber el
precio de la basura que tener noción acerca del precio de las acciones
bursátiles o tener noción del precio de los comodities. Hay dos culturas
que se están desarrollando y que se van transformando en dos
civilizaciones: las del mundo A y las del mundo B. Con dialectos,
música, bailes, costumbres, códigos y leyes totalmente distintas. Y es
lógico, y es visible. Esas poblaciones del mundo B tratan de entrar al
mundo A que vive encarcelado tras sus rejas, sus policías privadas, sus
alarmas electrónicas y sus perros amaestrados. Migran hacia las mesas
donde hay residuos de comida, tratan a veces, desesperadamente, de
subirse al barco o aunque no más sea a la balsa. O pugnan porque no los
bajen. Hay miles de seres humanos que desalojados hasta de las últimas
balsas flotan adheridos a los restos de este naufragio, y países enteros
y regiones enteras dan una lucha sin tregua entre la vida y la muerte.
Tengo, para mí, que éste es el gran problema que subyace o que
sobrevuela todos los demás problemas. Y que no van a alcanzar todos los
militares del mundo para resolverlo, porque la solución de estos
problemas no es militar o no puede ser nunca militar. Y es el gran
dilema. La gran contradicción que empapa nuestras aflicciones, la que
debe causar nuestros desvelos. Miremos para donde queramos mirar, ese es
el problema. Nosotros somos un país con mucha participación porcentual
en misiones de paz. Una enorme proporción de nuestros efectivos
militares de todo nivel ha participado de ellas, integrando fuerzas
orgánicas o como observadores, a veces, aislados en todos los confines
del planeta.
He tenido el honor, como senador de la República y ahora como ministro,
de hablar con ciudadanos que han estado en Ruanda antes, durante y
después del genocidio. O en el Congo durante sus más graves crisis. La
guerra más sangrienta de la humanidad, desde la segunda guerra mundial,
con mayores bajas, incluso que la de Corea o que la de Vietnam. Muchas
más. La mayoría de esas bajas –como todos sabemos- civiles, como sucede
en casi todas las guerras. Tenemos testigos de las mayores calamidades
en todos los confines. Sus ojos guardan imágenes de las que más
convienen no hablar por respeto y por espanto y saben muy bien, lo
aprendieron del peor modo, que la causa de todo ha sido el egoísmo, la
rapiña y una inconmensurable estupidez.
Traemos, por lo tanto, con orgullo, con el mismo que tienen ustedes, y
con el honor que también tienen ustedes, de poner sobre el tapete, o en
el altar de una apuesta rabiosa e incondicional por la vida, esta
ofrenda de muertos, mutilados y heridos que nuestra Fuerzas Armadas han
ido dejando en otras tierras en pos de la paz. Porque si hay misiones de
paz es porque hubo y hay guerras. Guerras de todo tipo e inmensos
gastos militares. Saber que con una pequeña parte de los colosales
gastos militares que dilapida la humanidad, podría resolverse los más
graves problemas que hoy nos afligen y enfrentan, es constatar la
hondura de la estupidez que nos afecta.
Ahora, hoy, acá, para este puñado de seres humanos reunidos en Punta del
Este, no puede haber un producto mejor, ni mayor, deseable de nuestro
trabajo que la paz. No puede ser otro que la paz. Ineludiblemente debe
ser la paz. La paz nacional, regional, hemisférica y mundial es el
rescate y es el salvamento de la vida, de la vida toda. Yo nunca hubiera
creído hace 60 años que ante los avances imponentes de la muerte,
avance tan paradojal ante las posibilidades ciertas, tangibles,
probadas, posibles como nunca de bienestar y de vida, de vida para todos
y de bienestar para todos, tuviera que hacer alguna vez, en mi vida, un
discurso como éste. Muchas gracias.
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