martes, 7 de diciembre de 2010

CAUDILLOS

En América Latina, o Indoamérica, que es mejor, la figura del caudillo ha sido siempre la forma que han encontrado los pueblos para combatir las históricas desigualdades existentes desde la colonización.
Esta figura, que no se comprende en los círculos  académicos europeos y norteamericanos, es en realidad el modo en que se ha expresado la voluntad de cambio, independencia y progreso en nuestras tierras. Esas academias tildan de “dictadores, autoritarios” a nuestros caudillos.
El caudillo actúa como catalizador de las masas, se impregna de sus demandas y las conduce a la lucha. Muy distinto es, claro, de un dirigente elegido en forma democrática.
Es necesario decir que a mi entender la Democracia es un sistema que funciona en sociedades realizadas, donde los intereses de los distintos sectores pueden medianamente consensuarse, a pesar de las contradicciones que puedan existir en el seno de esas sociedades. No es el caso, y no lo fue desde la Independencia, de Indoamérica, donde las formidables desigualdades heredadas del sistema colonial supervivieron en los nuevos gobiernos patrios.
Es así que el pueblo rebelado erige necesariamente a un conductor, un caudillo, para que se ponga al frente de esos grandes movimientos reivindicatorios que se hacen indispensables para el progreso y el avance social de nuestros pueblos. Surgen, entonces, entre otros, Bolívar, Artigas,  Felipe  Varela, Zapata, Yrigoyen, Sandino, Perón, Vargas, Fidel, Chávez, ¿Kirchner?
Parecería que Kirchner no entrara en esta categoría y es la estricta verdad: no fue ungido por multitudes, ni formó ejércitos revolucionarios, ni alumbró sistemas sociales nuevos, no; pero lo que parece que pasó es que se ha convertido en caudillo ahora y para siempre, ya fallecido. Es algo extraordinario, pero el pueblo lo ha subido al podio de los grandes, de los guías, de los que se convierten en bandera, y lo ha hecho post-mortem, post-facto podríamos decir, por los hechos contundentes de su gobierno, esa “realidad efectiva” que canta la marchita. Néstor que no fue un caudillo en vida -fue si un conductor, un jefe militante-  ahora ha devenido en ello, y desde ese lugar nos acompañará el resto de nuestra historia. En la necesidad del pueblo argentino de tener un  nuevo caudillo al que seguir, al que escuchar, al que honrar, lo pone a Néstor en ese sitial, de ejemplo, de faro, incluso de sostén.
Cuando murió Perón, caudillo enorme por cierto, se derramó un mar de sombras sobre la Argentina, no había consuelo posible. La muerte de Néstor, prematura, absurda, injusta, derrama en cambio un mar de luz sobre todos nosotros, una luz tremenda que nos da fuerzas y nos predispone a la lucha y al compromiso por la realización de sus sueños, que son los nuestros, ni más ni menos.

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