A PROPOSITO DEL KIRCHNERISMO.
Por Norberto
Colominas (El Colo comparte la mesa sabalera de los Miercoles en Bar
Britanico y/o de los viernes en Bar El Remanso)
(Respuesta a una columna de opinión de XX publicada en La Nación)
El autor de
esa nota sostiene que el kirchnerismo es, más que un programa de
gobierno, un acto de fe, y por ende está más cerca de la religión que de
la política; del fundamentalismo que de la razón. Bonita manera de
identificar con la barbarie lo que molesta a los prohombres de la
civilización, es decir a los demócratas que apoyaron golpes de estado, a
los defensores de la libertad para los de su clase y de la justicia en
defensa propia; en fin, a los hombres de pro, con minúscula y
mayúscula.
XX (no importa de quién se trata; son intercambiables)
escribe su artículo como si antes de Néstor y Cristina Kirchner hubieran
gobernado los ángeles, dos de cuyos últimos representantes son el
prócer rubio de La Yioja y el bostezador de la Banelco. Como si en el
siglo 20 no hubiera habido seis golpes de estado y entre ellos una
dictadura asesina que provocó 30 mil muertos y centenares de miles de
presos y exiliados. Estos ocho gobiernos fundieron varias veces al país,
lo subdesarrollaron, mataron, torturaron la carne y la vida,
encarcelaron la esperanza. ¿A cuál de estos ocho gobiernos se opusieron
el establishment, Clarín, la Nación o sus columnistas? Sólo se opusieron
a una dictadura: la de Perón.
El gesto fundador del kirchnerismo,
que fue mandar que se retire de la pared el retrato de Videla,
fotografiado con uniforme y banda de presidente, es visto por el
articulista como un acto de revancha, una condensación del odio en
estado puro. Y tras cartón sostiene que los militantes y los seguidores
del kirchnerismo no ejercen una opción política consciente sino que
siguen al becerro de oro agitado por el populismo.
Nada dice del
crecimiento económico del país desde 2003 a la fecha, el más importante y
prolongado que haya conocido la Argentina (lo que ya justificaría
ampliamente a estos tres gobiernos) ni de la distribución de la riqueza
que promovieron, ni de las numerosas leyes que trajeron justicia y
oportunidades, reconocimientos y reparaciones sociales. Aunque, bien
mirado: ¿qué ganó el establishment con todo eso? Nada, salvo que
siguieron ganando dinero como antes, como siempre (un hecho que XX
oculta).
Los gobiernos kirchneristas tienen luces y sombras, es
verdad. Algunas de las primeras ya las mencionamos; entre las segundas
figuran la manipulación del Indec, quizá la política minera, y
seguramente los beneficios que recibieron algunos amigos del poder. Si
hiciéramos la lista, no ya de las sombras sino de los horrores del
pasado, no podríamos terminar de escribirla este año.
Ya mencionamos
las más repugnantes. Recordemos, de todos modos, la venta del
patrimonio nacional y la convertibilidad durante el menemato y el como
se llame que encabezó de la Rúa. La nacionalización de la deuda externa
privada (Cavallo, 1982) y, sobre todo, la destrucción de la industria
nacional, deliberadamente provocada durante el período más atroz que
soportó la Argentina en toda su historia: el cuarto de siglo que va de
1976 a 2001. Su inspiración fue transparente. “Sin industria no hay
clase obrera, sin clase obrera no hay peronismo”, era la frase favorita
de Martínez de Hoz.
Quienes apoyamos y apoyaremos a los gobiernos
kirchneristas decimos que sin industria no hay nación, y que sin clase
obrera no hay pueblo. Esta creencia no es un acto de fe, es una
afirmación política, y vale para el 45, para los 70, para el 2014 y para
el 2050.
XX pretende convencernos de que la democracia es posible
sin desarrollo económico, sin justicia social y sin soberanía política, y
que lo más importante es la libertad. El problema es que la mayoría de
los argentinos recordamos cómo nos fue a cada uno de nosotros (y también
a la libertad) cuando nos gobernaron generales sin nación, millonarios
sin patria y políticos sin pueblo
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