martes, 22 de julio de 2014

A PROPOSITO DEL KIRCHNERISMO. 
Por Norberto Colominas (El Colo comparte la mesa sabalera de los Miercoles en Bar Britanico y/o de los viernes en Bar El Remanso)
 (Respuesta a una columna de opinión de XX publicada en La Nación)

El autor de esa nota sostiene que el kirchnerismo es, más que un programa de gobierno, un acto de fe, y por ende está más cerca de la religión que de la política; del fundamentalismo que de la razón. Bonita manera de identificar con la barbarie lo que molesta a los prohombres de la civilización, es decir a los demócratas que apoyaron golpes de estado, a los defensores de la libertad para los de su clase y de la justicia en defensa propia; en fin, a los hombres de pro, con minúscula y mayúscula.
XX (no importa de quién se trata; son intercambiables) escribe su artículo como si antes de Néstor y Cristina Kirchner hubieran gobernado los ángeles, dos de cuyos últimos representantes son el prócer rubio de La Yioja y el bostezador de la Banelco. Como si en el siglo 20 no hubiera habido seis golpes de estado y entre ellos una dictadura asesina que provocó 30 mil muertos y centenares de miles de presos y exiliados. Estos ocho gobiernos fundieron varias veces al país, lo subdesarrollaron, mataron, torturaron la carne y la vida, encarcelaron la esperanza. ¿A cuál de estos ocho gobiernos se opusieron el establishment, Clarín, la Nación o sus columnistas? Sólo se opusieron a una dictadura: la de Perón.
El gesto fundador del kirchnerismo, que fue mandar que se retire de la pared el retrato de Videla, fotografiado con uniforme y banda de presidente, es visto por el articulista como un acto de revancha, una condensación del odio en estado puro. Y tras cartón sostiene que los militantes y los seguidores del kirchnerismo no ejercen una opción política consciente sino que siguen al becerro de oro agitado por el populismo.
Nada dice del crecimiento económico del país desde 2003 a la fecha, el más importante y prolongado que haya conocido la Argentina (lo que ya justificaría ampliamente a estos tres gobiernos) ni de la distribución de la riqueza que promovieron, ni de las numerosas leyes que trajeron justicia y oportunidades, reconocimientos y reparaciones sociales. Aunque, bien mirado: ¿qué ganó el establishment con todo eso? Nada, salvo que siguieron ganando dinero como antes, como siempre (un hecho que XX oculta).
Los gobiernos kirchneristas tienen luces y sombras, es verdad. Algunas de las primeras ya las mencionamos; entre las segundas figuran la manipulación del Indec, quizá la política minera, y seguramente los beneficios que recibieron algunos amigos del poder. Si hiciéramos la lista, no ya de las sombras sino de los horrores del pasado, no podríamos terminar de escribirla este año.
Ya mencionamos las más repugnantes. Recordemos, de todos modos, la venta del patrimonio nacional y la convertibilidad durante el menemato y el como se llame que encabezó de la Rúa. La nacionalización de la deuda externa privada (Cavallo, 1982) y, sobre todo, la destrucción de la industria nacional, deliberadamente provocada durante el período más atroz que soportó la Argentina en toda su historia: el cuarto de siglo que va de 1976 a 2001. Su inspiración fue transparente. “Sin industria no hay clase obrera, sin clase obrera no hay peronismo”, era la frase favorita de Martínez de Hoz.
Quienes apoyamos y apoyaremos a los gobiernos kirchneristas decimos que sin industria no hay nación, y que sin clase obrera no hay pueblo. Esta creencia no es un acto de fe, es una afirmación política, y vale para el 45, para los 70, para el 2014 y para el 2050.
XX pretende convencernos de que la democracia es posible sin desarrollo económico, sin justicia social y sin soberanía política, y que lo más importante es la libertad. El problema es que la mayoría de los argentinos recordamos cómo nos fue a cada uno de nosotros (y también a la libertad) cuando nos gobernaron generales sin nación, millonarios sin patria y políticos sin pueblo

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