por Norberto Colominas
A nadie extrañaría
que la próxima fórmula presidencial del oficialismo combine la postulación de
Scioli a la presidencia, acompañado por un candidato a vice kirchnerista. ¿Por
qué? Por una lógica que deviene de un viejo dicho de Perón: “Todos los
hombres son buenos --decía el general-- pero si se los vigila son
mejores”.
Ocurre que entre
los votantes peronistas son extendidas las dudas sobre la real disposición de
Daniel Scioli para continuar con las políticas que establecieron Néstor y
Cristina Kirchner. Aunque no es el caso del autor de estas líneas, muchos se
preguntan hasta dónde es capaz de llegar el actual gobernador bonaerense en la
defensa (y eventual profundización) del actual esquema.
Hay un factor
externo que condicionará tanto a Scioli como a cualquier otro postulante del
oficialismo: la brusca, violenta polarización entre dos modelos de país: el
liberal clasista, restrictivo vs. el nacional y popular inclusivo. En el primer
caso, el ajuste es inexorable; en el segundo es previsible una profundización de
las políticas sociales y mercado internistas. No hay espacio para una tercera
posición. Es A o B.
Siguiendo con esta
lógica, un vicepresidente K controlaría el Senado, máxime si el futuro gobierno
tiene mayoría propia, lo que es muy probable por el número de provincias en las
que podría ganar en las próximas elecciones, sumado a la representación que ya
tiene. Y ese vice estaría muy atento a una eventual debacle del nuevo
presidente, y a la consiguiente sucesión. Y no se puede gobernar con el Senado
en contra.
Si una eventual
sucesión recayera en un vice K, el establishment y sus lenguaraces se cuidarían
muy bien de no precipitar una crisis terminal en un eventual gobierno de Scioli,
por razones obvias: ¿Qué ganarían con voltear a Scioli si el sucesor anunciado
fuera, por ejemplo, Kicillof o Urribarri? Es más, esa sola idea los obligaría a
cuidar al presidente.
Aunque pueda
condicionar a Scioli, esa perspectiva jugaría a su
favor.
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